LA BELLEZA

 VI - El arte y la belleza


Texto 1: Amor y belleza

El que en los misterios del amor se haya elevado hasta el punto en que estamos, después de haber recorrido en orden conveniente todos los grados de lo bello y llegado, por último, al término de la iniciación, percibirá como un relámpago una belleza maravillosa, (…) belleza que no es bella en tal parte y fea en cual otra, bella sólo en tal tiempo y no en tal otro, bella bajo una relación y fea bajo otra, bella en tal lugar y fea en cual otro, bella para estos y fea para aquellos; belleza que no tiene nada de sensible como el semblante o las manos, ni nada de corporal; que tampoco es este discurso o esta ciencia; que no reside en ningún ser diferente de ella misma, en un animal, por ejemplo, o en la tierra, o en el cielo, o en otra cosa, sino que existe eterna y absolutamente por sí misma y en sí misma; de ella participan todas las demás bellezas, sin que el nacimiento ni la destrucción de estas causen ni la menor disminución ni el menor aumento en aquellas ni la modifiquen en nada. Cuando de las bellezas inferiores se ha elevado, mediante un amor bien entendido de los jóvenes, hasta la belleza perfecta, y se comienza a entreverla, se llega casi al término; porque el camino recto del amor, ya se guíe por sí mismo, ya sea guiado por otro, es comenzar por las bellezas inferiores y elevarse hasta la belleza suprema, pasando, por decirlo así, por todos los grados de la escala de un solo cuerpo bello a dos, de dos a todos los demás, de los bellos cuerpos a las bellas ocupaciones, de las bellas ocupaciones a las bellas ciencias, hasta que de ciencia en ciencia se llega a la ciencia por excelencia, que no es otra que la ciencia de lo bello mismo, y se concluye por conocerla tal como es en sí. (…) Si por algo tiene mérito esta vida, es por la contemplación de la belleza absoluta.

Platón, Banquete (Siglo V AEC)


Texto 2: Proporción y belleza

Como lo bello, sea viviente o sea una cosa cualquiera compuesta de partes, no sólo supone que tenga ordenadas tales partes, sino también un tamaño que no debe ser casual, pues lo bello está en el tamaño y el orden, y por eso un animal bello no puede ser ni muy pequeño (pues la vista es confusa cuando no dura más que un instante imperceptible) ni muy grande (pues entonces no lo percibe la vista, sino que la unidad y la integridad escapan a los que miran –¡qué sería un animal de die z mil estadios!-), entonces se deduce que también en los cuerpos y en los animales debe haber tal tamaño que se pueda contemplar a la vez, lo mismo que en los relatos debe haber tal  extensión que se puedan ir recordando. […]

¿Por qué todos los hombres se deleitan generalmente en ritmo, armonía y acordes? ¿Es porque nos deleitamos naturalmente en los movimientos naturales? Eso parece, porque los niños se deleitan en tales sonidos cuando nacen. Nos deleitamos en los diversos tipos de melodías porque expresan disposiciones anímicas, pero en el ritmo porque contiene un número (medida) regular y reconocible, y se mueve de modo regular. Pues el movimiento regular nos es más connatural que el irregular. […]

Las principales formas de la belleza son orden y simetría y claridad, que las matemáticas demuestran en grado especial. Y puesto que éstas (por ej. orden y claridad) son obviamente causa de muchas cosas, las matemáticas deben tratar esa suerte de principio causativo (por ej. lo bello) como en cierto modo una causa. (…) Los que dicen que la matemática no habla de lo bello y lo bueno, mienten.


Aristóteles, Poética y otras obras (Siglo IV AEC)


Texto 3: Belleza y placer

Si consideramos todas las hipótesis que se han hecho o por la filosofía o por el conocimiento vulgar para explicar la diferencia entre belleza y fealdad, hallamos que todas pueden reducirse a esto, a saber: que la belleza es un orden de construcción de partes que, o por una constitución originaria de nuestra naturaleza o por hábito o capricho, es capaz de producir un placer o satisfacción en el alma. Este es el carácter distintivo de la belleza, y constituye su diferencia con la fealdad, cuya tendencia natural es producir dolor. Placer y dolor, por consiguiente, no son sólo acompañantes necesarios de la belleza y de la fealdad, sino que constituyen su verdadera esencia. Y de hecho, si consideramos que una gran parte de la belleza que admiramos en los animales o en otros objetos se deriva de la idea de la conveniencia o utilidad, no debemos sentir escrúpulo alguno al asentir a esta opinión. La forma que produce fuerza es hermosa en un animal como la forma que es signo de agilidad en otro. El orden y conveniencia de un palacio no son menos esenciales a su belleza que su mera figura y apariencia. (…) De innumerables ejemplos de este género, así como de considerar que la belleza, al igual del ingenio, no puede ser definida, sino que es apreciada sólo por el gusto o la sensación, es dado concluir que la belleza no es más que la forma que produce placer, y fealdad, la estructura de las partes que sugiere dolor; y puesto que la facultad de producir dolor y placer constituye de esta manera la esencia de la belleza y de la fealdad, todos los afectos de estas cualidades deben derivarse de la sensación (…). Estimo este argumento preciso y decisivo; pero para dar una más alta autoridad al razonamiento presente supongámoslo falso por un momento y veamos lo que se sigue. Es cierto, pues, que si la facultad de producir placer o pena no constituye la esencia de la belleza y la fealdad, las sensaciones no son, en último término, separables de las cualidades y es aún difícil considerarlas aparte. Ahora bien: nada es común a la belleza natural y moral más que esta facultad de producir placer, y como un efecto común supone siempre una causa común, es claro que este placer debe ser en ambos casos una causa real y efectiva de las pasiones.

David Hume, Tratado de la naturaleza humana (1738)


Texto 4: Belleza y desinterés

La satisfacción relacionada con nuestra idea de la existencia de un objeto se llama interés. Esta satisfacción, pues, está siempre relacionada con la facultad del deseo, bien afectándola o como necesariamente relacionada con lo que la afecta. Pero cuando la cuestión es si una cosa es bella, no queremos saber si algo depende o puede depender, para nosotros o para otros, de la existencia de ese objeto, sino solo cómo lo estimamos en mera contemplación. (…) Lo bello es lo que se piensa como objeto de una satisfacción universal aparte de ningún concepto (…). Una cosa de la que cada cual reconoce que su satisfacción en su belleza es desinteresada, debe ser estimada por cada cual como motivo de satisfacción para todos los hombres. (…) La universalidad de nuestra satisfacción está representada en el juicio de gusto sólo como subjetiva. Si estimamos los objetos meramente por conceptos, se pierde toda idea de belleza. Así que no puede haber regla por la cual nadie esté obligado a reconocer algo como bello. (…) Así el estado de la mente al tener tal idea debe ser un sentimiento del libre juego de nuestras facultades de conocimiento en general (…). Esta estimación meramente subjetiva (estética) del objeto, o de nuestra idea de él, precede a nuestro placer en él, y ocasiona este placer en la armonía de nuestras facultades de conocimiento (…). En un juicio de gusto atribuimos como necesario a todo el mundo el placer que sentimos nosotros; como si la belleza que adscribimos a una cosa hubiera de ser considerada una propiedad que se sigue de su concepción; aunque la belleza,aparte de la relación con nuestro sentimiento, no es nada en sí misma (…). Lo bello concuerda con lo sublime en que ambas cosas nos placen en sí mismas, y en que ninguna de las dos presupone un juicio de sentidos ni un juicio científico (sobre la naturaleza de un objeto), sino un juicio reflexivo. Por tanto, en ambas cosas, la satisfacción no depende de una sensación, como la satisfacción en lo placentero, ni tampoco en un concepto definido, como en lo bueno (…).

Immanuel Kant, Crítica del juicio (1790)


Texto 5: Belleza y espíritu

Según la opinión general, la belleza creada por el arte está muy por debajo de lo bello natural, y lo más meritorio del arte consiste en que se aproxime, en sus creaciones, a lo bello natural. (…) Pero creemos que podemos afirmar, en contra de esta manera de ver, que lo bello artístico es superior a lo bello natural, porque es un producto del espíritu. (…) Por ello, lo bello artístico es superior a lo bello natural. La más funesta idea que atraviesa el espíritu de un hombre es mejor y más elevada que el mayor producto de la Naturaleza, y esto justamente porque participa del espíritu y porque lo espiritual es superior a lo natural. […] Ahora bien, la diferencia entre lo bello artístico y lo bello natural no es una simple diferencia cuantitativa. Lo bello artístico debe su superioridad al hecho de que participa del espíritu y, por consecuencia, de la verdad, de suerte que lo que existe solo existe en la medida en que debe su existencia a lo que le es superior y no a lo que es en sí, y solo posee lo que posee gracias a lo que le es superior. Solo lo espiritual es verdadero. Lo que existe solo existe en la medida en que es espiritualidad. Lo bello natural es, pues, un reflejo del espíritu. Solo es bello en la medida en que participa del espíritu. Debe ser concebido como un modo incompleto del espíritu, como un modo contenido él mismo en el espíritu, como un modo privado de independencia y subordinado al espíritu.(…) Lo bello producido por el espíritu es el objeto, la creación del espíritu y toda creación del espíritu es un objeto al que no se puede negar la dignidad. […]

Lo bello interviene en todas las circunstancias de nuestra vida; es el genio amigo que encontramos en todas partes. Al buscar únicamente alrededor nuestro dónde, cómo, y bajo qué forma se nos presenta, encontramos que en el pasado estaba relacionado, por los lazos de lo más íntimo, con la religión y la filosofía. Principalmente hallamos que el hombre se ha servido siempre del arte como un medio para tener conciencia de las ideas e intereses más sublimes de su espíritu.

[…] Aunque nosotros por un lado le demos al arte una alta posición por otro lado hay que recordarigualmente que, ni según el contenido ni según la forma, es el arte la manera suprema y absoluta de llevar al espíritu a la conciencia de sus verdaderos intereses. Pues incluso por su forma, el arte está limitado a un determinado contenido. Sólo un cierto círculo y nivel de la verdad es capaz de ser presentado en el ámbito de la obra de arte (…). La peculiar índole de la producción artística y de sus obras ya no llena nuestra más alta exigencia: estamos más allá de honrar divinamente obras del arte y poderlas adorar; la impresión que hacen es de índole reflexiva (…).


G. W. F. Hegel, Lecciones sobre estética (1820-1829)

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